Como sacado de una película de ciencia ficción, lo que parecen ser seres de otro mundo, aterrizan sobre el escenario para traernos su mensaje. Pero no hagamos de esto una fábula: son humanos y la propuesta desconcierta a quienes creen que van a ver a una clásica banda de reggae con tintes experimentales.
El cuarteto santafecino Sig Ragga, regresó a Buenos Aires -puntualmente al mitico teatro de colegiales- para hacer su última presentación antes del lanzamiento de su tercer disco, sucesor de “Aquelarre”. La expectativa, como todo show de estos personajes de túnicas blancas, es enorme y genera más dudas que certezas; con el as de generar un clima casi teatral, las figuras se hicieron esperar e imponerse con “Orquesta en descomposición”.
El despegue, sin rumbo, tendría su último recorrido con mucha turbulencia en el campo: los mamelucos se dejaron inducir y soltaron su mística a través de “Rebelión de esclavos técnicos” y “Matata”, que la gente aprovechó para poguear y ovacionar al grupo. Con los saludos formales, pero sin emitir palabra alguna en el marco de una despedida sencilla para un show complejo, los visitantes se preparan para editar su tercer disco y las proyecciones de lo que pueda salir son realmente en vano… se viene otra caja de pandora.
El cuarteto santafecino Sig Ragga, regresó a Buenos Aires -puntualmente al mitico teatro de colegiales- para hacer su última presentación antes del lanzamiento de su tercer disco, sucesor de “Aquelarre”. La expectativa, como todo show de estos personajes de túnicas blancas, es enorme y genera más dudas que certezas; con el as de generar un clima casi teatral, las figuras se hicieron esperar e imponerse con “Orquesta en descomposición”.
La nave acababa de partir y se adentraba en un mar de misterios, precedidos por juegos de luces, vestuario futurista y energía demoledora. Las armonías y los climas cálidos se fueron entramando con “Puntilla if Kaffa” y “Abrir y cerrar de noches”. La serenidad parece ser la impronta a transmitir por medio de sus rostros casi inexpresivos, pero con grandes sensaciones que generan temas como “Escalera y barco” y “Continuidad de lo indecible”.
Debajo de las tablas, todo era asombro y perplejidad; así, no escaparon detalles tallados muy finos como solos de teclado y guitarra, ante un teatro en completo silencio. Quizás, uno de los puntos de quiebre claves, fue el acercamiento de Gustavo para invitar a todos a cantar “En el infinito”, aquella clásica que suspira amor, amor, amor…
El despegue, sin rumbo, tendría su último recorrido con mucha turbulencia en el campo: los mamelucos se dejaron inducir y soltaron su mística a través de “Rebelión de esclavos técnicos” y “Matata”, que la gente aprovechó para poguear y ovacionar al grupo. Con los saludos formales, pero sin emitir palabra alguna en el marco de una despedida sencilla para un show complejo, los visitantes se preparan para editar su tercer disco y las proyecciones de lo que pueda salir son realmente en vano… se viene otra caja de pandora.
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