Sin dudas, una de las crónicas que más me costó plasmar. En parte tiene que ver con lo complejo que es describir algunas sensaciones, más allá de lo que la banda haga arriba de un escenario. Sig Ragga es eso raro, diferente, que no encuadra bien en ningún casillero y cualquier comentario es una invitación a ver su particular propuesta... a vivirla, mejor dicho.

El Teatro Vorterix se convertiría en una especie de tercera dimensión y la puerta ya estaba abierta para enfrentar a los seres que la habitan. La impronta de la noche se regía por la despedida de “Aquelarre”, su segundo disco, y los planes para meterse al estudio una vez más.

Con puntualidad casi minuciosa, el cuarteto santafecino hizo su aparición para romper el hielo con “Orquesta en descomposición”, una suerte de ritmos variados que plantean el inicio de un viaje hacia lo desconocido.


Quizás, en ocasiones anteriores, tuve la oportunidad de escuchar un gracias de parte de Gustavo Cortés, pero cada presentación es una caja de pandora atravesada por su vestimenta, sus canciones y la escenografía. Esta no iba a ser la excepción de manifestar los sonidos experimentales que tanto los caracterizan y que fácilmente entran en la cabeza de la gente. 

La tranquilidad y armonía en la ejecución de “Puntilla if kaffa” y “Quise ser”, sumado al hecho de estar estáticos, no deja de sorprender; mientras el roquero se lleva por delante el recital recorriendo el escenario (hablando exageradamente), ellos transmiten ese misma fuerza pero sin expresiones, ni bailes y mucho menos, comentarios.

Contundentes y con gran firmeza en el sonido, le siguieron “Pensando”, “Escalera y barco” y “Resistencia indígena”. Lejos de la cultura rastafari y del reggae love con algunas marcas distintivas, los mamelucos plateados en conjunto con las luces conformaban una atmosfera poca veces antes vista que iba llenando de sentido cada canción.


Con todas estas cuestiones, hay que admitir que la relación banda-publico en ningún momento se siente fría y, mucho menos, con Tavo pidiendo palmas en “Cuchillos” y acercando su micrófono para sentir el calor del público cantando “Lo que has hecho siempre: quererme”.

En la recta final del show, los aplausos al ritmo pegajoso de “Tamaté” inundaron el lugar para luego celebrar un gran solo de viola de Nico Gonzalez en “Feliz”.

La noche cerró con algo de descontrol de quienes tenían guardada una especie de energía (que necesitaba ser liberada), generada por “Rebelión de los esclavos técnicos” y “Matata”, que son por lejos, dos canciones cautivantes a pesar de su extrañes.


No estoy seguro si es una nota en orden cronológico acerca de un suceso o ideas cosechadas que forman un concepto que tampoco se bien qué significa. La verdad es que no todos los días uno puede darse una escapada y disfrutar de otras texturas que, en realidad, pueden estar al alcance de la mano. Sig Ragga es esa salida rápida, la escapatoria de la música convencional y la fuerza para generar la concepción de que, un show, pasa a través de todos los sentidos.

Fotos: Florencia Rodriguez Gregori

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