Diez años ya han pasado. La vida de un ser humano pequeño. Diez años transcurrieron desde la noche en que la corrupción, impunidad y ambición se hicieron carne y se llevaron la vida de 200 amigos, 200 hermanos, 200 compañeros.
¡Nos los arrebataron!, Sí, nos los arrebataron porque no hay destino que contemple semejante falta de amor al otro. Semejante falta de respeto a la juventud y a los sueños de tantos que estaban cantando juntos por la necesidad de un cambio, por la necesidad de acercarnos entre nosotros: por la necesidad del otro. Porque acá el rock no es asesino –como tanto han querido enjuiciarlo-, acá el rock no le canta a las nubes que están en el cielo y al agua que está en el mar, le canta a los barrios, a los excluidos, a todo aquello que nos han querido hacer callar durante tanto tiempo, le canta al imperativo primero que es el cambio, le canta a la transformación. ¡Acá el rock le canta a la vida! Acá el rock no es banal, acá el rock es pasional; no es moda, es sentimiento; pero el sentimiento no es solo hacia las melodías o los acordes, ¡el sentimiento es hacia los ideales que están atrás de esos acordes!, esa hermosa idea de que somos nosotros los que podemos construir una sociedad mejor donde la exclusión no sea ley y la opresión no sea orden.
Aquella noche quisieron callarnos una vez más, se llevaron 200 de los nuestros para intimidarnos, para que tengamos miedo, para que nos olvidemos de juntarnos, de reunirnos, de cantar. Encarcelaron a la música y al empresario que pecó por sacar a la luz su avaricia, pero no a la policía o a los funcionarios. Nos tildaron de asesinos, de irresponsables. Pero acá estamos, los que éramos jóvenes ya no los somos tanto. El cuerpo ya no es el mismo, el pelo no tiene el mismo color y sin embargo las relaciones de poder siguen iguales: apropiación de las ganancias y solidaridad de las pérdidas. El empresariado sigue lucrando con la música, no acondiciona los lugares, le cobra cantidades a las bandas y hace fortunas con sus barras, en connivencia con los funcionarios y la policía. Pero ante eso nuestro corazón y nuestra mente están intactos. Tenemos una herida, es verdad, pero nos recuerda que no tenemos que olvidarnos de cantar, de bailar, de hacer lo que amamos, y amar lo que hacemos. No tenemos que olvidarnos de luchar, de reír y de soñar. Por todos ellos que se fueron seguimos defendiendo lo que pensamos y seguimos cantando lo que sentimos. Acá estamos hoy: más rebeldes que nunca, luchando por el mundo que nos merecemos.
No olvidar, siempre resistir, que cuando la noche es más oscura, se viene el día en nuestros corazones.
Alejandro Falcone, cantante de Ojerosa
#10añosdeCromañon
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